NARCOTRÁFICO· En Pereira y Dosquebradas se gesta una aterradora mafia integrada por niños, muy similar al fenómeno de Los Maras en Salvador. Menores de hasta 9 años de edad comienzan como campaneros, distribuidores de droga o abastecedores de armas y munición. Cuando cumplen 13 años, su función se eleva a la de sicarios. Niños de Pereira y Dosquebradas conviven a diario con la violencia y, lo que es peor, muchos ya hacen parte de ella. /Semana
Luis Ángel Murcia, corresponsal de Semana en Cali.
BOGOTÁ Colombia www.semana.com
El pasado 31 de diciembre, Juan, más conocido como La Chinga, no recibió el acostumbrado abrazo de feliz año; a cambió, sintió el hormigueo de tres balazos, dos en la espalda y uno en la cintura. Media hora antes de ese atentado, en el populoso barrio San Judas de Dosquebradas, La Chinga dejó mudo a un hombre al que llaman El Diablo. De una puñalada le atravesó el cuello y destrozó sus cuerdas vocales.
Pero El Diablo y sus amigos no son el único problema de Juan. Su vida es una amenaza desde hace cuatro años cuando empezó a fumar marihuana, aspirar perico y hasta heroína, atormentado por el asesinato de su hermano. Con su pandilla, Los Melenos, la misma que nutre de droga al sector, conoció el mundo del hampa, el poder de las armas y la mirada de la muerte. El retrato de la ´Parca´ lo persigue desde el 2004, cuando por primera vez y junto a su combo, atracaron a un hombre y no contentos con robarlo, lo degollaron. La escena se repitió cuatro veces esa misma semana; el botín para Juan después de la repartición: $20.000, “Duele cargarse con tres muñecos (muertos), por esa marañita; pero es que esos manes se aletiaban (rehusaban)”, confesó con ironía delante de su abuela, una mujer obesa y sonrisa desdentada. La ternura de la anciana se desvaneció con la escalofriante confesión de su nieto de 17 años de edad. Ella solo atinó a tapar el rostro con sus manos.
La vida de este menor es un libreto. Su mamá lo abandonó hace varios años y de su padre no tiene rastro alguno. Su hogar lo sostienen rebanadas de mango que diariamente vende su abuelo al frente de uno de los colegios oficiales de Pereira. El rancho en el que viven es un completo milagro de la ingeniería; son 30 metros cuadrados para distribuir una sala, cocina y habitaciones donde duermen ocho personas, entre tías y primos. Como si fuera poco, en el mismo sector donde habita, ya se rumora que él será el próximo muerto, “Hoy está tranquilo porque el barrio está lleno de ley (policías), pero ellos algún día se irán y a la Chinga le van a caer porque las culebras (problemas) se arreglan en el hueco (La tumba)”, confesó otro pandillero del San Judas y quien pidió omitir su nombre.
Un kilómetro más hacia el norte de ese sector, están los barrios El Martillo y San Diego; allí vive Andrés, más conocido como el Chinga 2; otro menor de escasos 13 años de edad que también fue criado por su abuela; su juguete consentido es “Ruñiño¨, un revólver calibre 38 cuyo cañón es más largo que sus piernas. Con él, se entretiene, se defiende y trabaja. Dice quererlo más que a su novia de 15 años. Aunque advierte que es un novato en el negocio del ´martilleo´ ( sicariato), las víctimas de su trabajo no se pueden sumar con los dedos de la mano. Por cada crimen recibe $500.000. Chinga 2 es respaldado por las bandas El Caleño y Coreano. A su habilidad sicarial se suma otra inhata: su belleza; ojos claros, cejas delineadas y piel tierna son su herramienta de trabajo para otro ´negocio´ que niega por pudor. Muchas veces se convierte en el objeto sexual de hombres mayores que pagan por sus servicios.
Guerra de niños
Juan y Andrés comparten los mismos sueños, ninguno; en cambio, sí muchas desgracias. No se conocen pero se odian. Ambos son menores sicarios, viven en la misma ciudad de paredes de barro, techos de zinc y calles empolvadas. Se pelean a muerte el dominio territorial de sus barrios para mantener intacto el negocio de la droga. Los dos iniciaron como campaneros al servicio de las 52 bandas dedicadas al narcotráfico que existen en Dosquebradas y trece en Pereira y hoy están inmersos en una guerra que además acorraló a miles de civiles inocentes. Esa pelea sin cuartel sólo en enero de este año cobró la vida de 50 personas entre pandilleros e inocentes. Dicha cifra, en concepto de las autoridades policiales es tolerable, por cuanto en el mismo periodo de 2007 el número de crímenes fue de 51 casos. “Cualquier tienda o billar donde se encuentren grupos de jóvenes, es un hervidero; a comienzos de año lanzaron una granada en uno de esos establecimientos, hubo cuatro muertos y cinco heridos, entre ellos inocentes”, explicó un tendero del barrio San Diego de Dosquebradas.
Sorprende que tras esos delitos se encuentran menores de hasta 9 años de edad. Al comienzo son campaneros, distribuidores de droga o abastecedores de armas y munición. Cuando cumplen 13 años, su función se eleva a la de sicarios que son ´exportados´ hacia ciudades vecinas como Cartago, en el Valle, Manizales y Chinchiná en Caldas y los municipios de La Virginia y Santa Rosa en Risaralda; las ganancias son irrisorias pero el prestigio dentro del grupo e incalculable.
Luis Carlos Leal, Defensor del Pueblo de Risaralda, aseguró a SEMANA que “Hay aproximadamente 200 menores de edad que hacen parte de esas bandas y con distintas funciones”. Advierte, que la situación es insostenible y como tal requiere acciones inmediatas de fondo, que van desde programas de reconstrucción del tejido social hasta grandes inversiones en materia de infraestructura.
Sin duda el mayor referente sobre la participación de niños en actos delictivos, se encuentra en El Marceliano, el centro de rehabilitación de Pereira. “Tenemos capacidad para atender a 200 niños y siempre estamos copados; en su gran mayoría son adolescentes provenientes de zonas deprimidas de Pereira y Dosquebradas y muchos de ellos reincidentes”, explicó un ex funcionario del instituto. A esa cifra se suman las que manejan las autoridades en todo el Departamento. De acuerdo con estadísticas suministradas por la Policía de Risaralda, el año anterior fueron capturados 943 menores involucrados en toda clase de delitos, incluidos homicidios; es decir, 46 casos más que los registrados en 2006. A enero de este año la cifra de menores capturados es de 67 casos, trece menos que en 2007.
Poderes oscuros
La atomización de bandas criminales en esas dos ciudades de Risaralda y la participación de menores en el esquema delictivo, tiene con los pelos de punta a las propias autoridades e investigadores sociales de la región. Incluso, algunos ya se atreven a comparar el problema con el vivido en la comuna Trece de Medellín y otros encuentran alguna similitud con el fenómeno de Los Maras, que afectó a Centro América, especialmente países como El Salvador.
Para Eisenhower D´janón, presidente del colegio de Jueces de Paz de Dosquebradas, la situación, que se extiende a Pereira, tiene perturbadores similares a los detectados en la capital antioqueña. “Es indudable admitir la presencia de fuerzas oscuras que alimentan la actitud delincuencial de los jóvenes, en otras palabras, estamos reconociendo que es el narcotráfico a través de organizaciones mafiosas, el motor de este fenómeno”, dijo a SEMANA.
Sus palabras tienen eco si analizamos la denuncia que hace un par de semanas hizo el diputado conservador Julio César Londoño, al advertir públicamente la presencia de hombres de civil, armados con fusiles, custodiando las zonas deprimidas de Dosquebradas, “No tengo más detalles del hecho, pero mis fuentes que no son oficiales, me merecen la mayor credibilidad”, dijo a SEMANA el asambleísta.
Sumado a ello, el mapa delictivo de Pereira y Dosquebradas registra varios sectores con problemas de orden público, influenciados por grupos paramilitares emergentes del bloque Héroes del Sur, desmovilizado en Guática Risaralda y milicias urbanas de la guerrilla de las Farc y el ELN, tal como consta en un documento del DAS y al cual tuvo acceso SEMANA. Sin embargo, lo más significativo de ese mapa delincuencial radica en que todo ese esquema delictivo desemboca en una sola organización criminal conocida como La Cordillera y que hace parte de la estructura mafiosa del narco Carlos Mario Jiménez Naranjo, alias ´Macaco´, hoy preso en Cómbita. Cabe recordar que Macaco es oriundo de Dosquebradas e incluso su hermano Roberto, fue concejal hasta hace un par de años y su nombre sonó como aspirante a la alcaldía de esa localidad.
A través de La Cordillera no sólo se maneja la comercialización de coca y el expendio de basuco en las denominadas ollas, sino que además se coordina el negocio de las oficinas de cobro, jóvenes prepagos y el boleteo de comerciantes. “Muchos transportadores reconocen que deben pagar vacunas para acceder a zonas como Villa Santana, La Estación y Cuba en Pereira, o los barrios Camilo Torres, San Diego, El Martillo, entre otros, en Dosquebradas”, dijo un comerciante de Pereira a quien recientemente le secuestraron la moto y debió pagar un millón de pesos por su rescate. De acuerdo con informes de entidades cívicas que estudian el tema, esa amalgama de negocios ilícitos mueven cerca de $300 millones mensuales.
Varios pandilleros aseguraron a SEMANA que la guerra se agudizó porque recientemente hubo un amotinamiento en varias zonas, patrocinado por líderes que decían desconocer el mando de La Cordillera y advertían seguir la línea de los denominados Rastrojos, organización criminal al servicio del recién asesinado capo Wílber Varela, alias ´Jabón´. Consultado sobre el tema el coronel Fernando Chinchilla, comandante encargado de la policía en Risaralda, reconoció la existencia del problema en torno a pandillas que se pelean el dominio de las ollas, pero descartó que tras ese fenómeno se encuentren organizaciones criminales de talla mayor, “Creemos que se trata de una pelea local entre pequeños jefes de bandas, a raíz de las capturas recientes de cabecillas de La Cordillera, tales como alias Lucas y Perra Flaca”, dijo el oficial, tras precisar que en los últimos tres años han sido aprehendidos 183 integrantes de esa organización e incautados más de cien kilos de coca y una tonelada de marihuana.
Hijos del abandono
Sin duda el referente más reciente sobre la magnitud del fenómeno de las pandillas en Dosquebradas y Pereira, corrió por cuenta del corto metraje `La Gorra` y que fue producido por los propios habitantes de ambas ciudades. El video de 50 minutos y con una inversión de $30 millones, será vendido en formato DVD y relata con actores naturales, la crudeza y naturaleza de un conflicto en el que los niños son los protagonistas y víctimas.
Sin embargo, más allá de conocer los hilos criminales que se esconden tras el fenómeno pandillero, la descomposición familiar es quizás una de las más crudas conclusiones a la que llegan expertos en el tema. Guillermo Garner, investigador del Observatorio de la Convivencia de la Universidad Tecnológica de Pereira, UTP, aseguró que la mayoría de esos adolescentes involucrados en pandillas, provienen de hogares donde la crianza se le encomendó en el mejor de los casos, a los abuelos, “A ello súmele que el entorno social en el que se encuentran esas criaturas, está influenciado por grupos ilegales”, explicó a SEMANA el catedrático.
Esa tesis la refuerza Macdonald Muñoz, investigador social que trabaja con fundaciones de la región, al comparar el problema con el de Los Maras, ocurrido en el Salvador, tras la llegada de jóvenes hijos de mujeres que habían emigrado hacia los Estados Unidos, en busca de nuevas oportunidades, “Si bien no podemos decir que nuestros pandilleros en su mayoría son hijos de madres que viajaron al exterior, sí es fácil encontrar en ellos motivaciones similares como la necesidad de empleo, problemas culturales de fondo y la mala utilización del tiempo libre”, explicó a SEMANA. No obstante, cifras que maneja la Asociación América – España, Solidaridad y Cooperación, entidad enfocada a facilitar la integración social, cultural y laboral de latinoamericanos en Europa, permiten deducir que igualmente esas dos ciudades del Eje Cafetero, concentran el mayor porcentaje de emigrantes dentro de una encuesta que realizaron en 2007, con 5.981 personas, de las cuales 3.880 correspondieron a la región. Concluye el estudio que el 60% de los viajeros son mujeres y el 23% de ese universo, dejará a sus hijos a cargo de los abuelos.
Sin importar la causa del fenómeno pandillero, que sin duda será tema de agenda paras las autoridades locales y nacionales, lo único cierto por ahora es que en Pereira y Dosquebradas se gesta una de las escuelas de sicarios más sorprendentes del país, donde sus alumnos no saben leer y escribir pero no fallan a la hora de disparar, como le ocurre a Juan y Andrés. www.semana.com/